Al suroeste de Francia, entre el monte Lozère y el macizo de Canigou, la región de Lenguadoc-Rosellón es una invitación permanente a disfrutar del sol y de los espacios abiertos. Una tierra con fuerte personalidad y con recuerdos de viaje que se ganan a pulso.

Al suroeste de Francia, entre el monte Lozère y el macizo de Canigou, la región de Languedoc-Rosellón es una invitación permanente a disfrutar del sol y de los espacios abiertos. Una tierra con fuerte personalidad y con recuerdos de viaje que se ganan a pulso.

n el centro de una Francia preservada se está construyendo una autopista de lo más ecológica: la A75. Formidable pasaje del futuro, este itinerario, gratuito y paisajístico, levanta el telón sobre cinco departamentos (Aude, Gard, Hérault, Lozère, Pyrénées-Orientales) que han decidido salir a escena para converger en el mar Mediterráneo.

De los montes de Aubrac a la meseta de Margeride (al sur de Auvernia), de los Causses a las Cevenas, el departamento de Lozère ofrece una visión bucólica de sus amplias extensiones y de la armoniosa mezcla de bosques, landas, pastos y ríos ricos en truchas. Desde la estación termal de La Chaldette, rehabilitada a mediados de los años 90, hasta la casa solariega de la finca de Barre, remodelada por el famoso arquitecto Jean-Michel Wilmotte, es un renacimiento total. Lobos y bisontes frecuentan los parajes, pero ahora, para mayor placer de los visitantes, pueden estos descubrirlos en los parques zoológicos de Sainte-Lucie y Sainte-Eulalie.

En el sur, en medio del macizo calcáreo de los Causses, la naturaleza ha dado un gran tajazo. Del pueblo de Florac al de Rozier, y a lo largo de 140 kilómetros, el río Tarn ha excavado su lecho a unos 600 metros y ha esculpido en las paredes laterales un extraño bestiario. El castillo de La Caze, hermoso edificio del siglo XV, representa un alto perfecto, una etapa romántica y gastronómica.

Leer Viaje en asno por las Cevenas del escocés Stevenson es una maravillosa manera de descubrir, del monte Lozère al monte Aigoual, la zona montañosa de las Cevenas y su parque nacional. Hace siglos que el hombre aprendió a utilizar el granito y la pizarra para el hábitat, el castaño para la subsistencia y la morera como fuente de riqueza.

A los pies de esta mítica montaña, se le ofrece al turista curioso un asombroso paraíso: la gruta de Trabuc y sus 100.000 soldados de enigmáticas estalactitas, el Ecomuseo de la seda de Saint-Hyppolite-du-Fort, la mina de carbón de Alès, testimonio de las actividades de la zona, el bosque de bambú de Prafrance, único en Europa, el Museo del Desierto, apasionante evocación de las persecuciones que sufrieron los protestantes en el siglo XVII .

Cerca de Uzès, símbolo por excelencia de la grandeza del imperio romano, el acueducto del puente del Gard -patrimonio mundial de la humanidad- le hace eco a Nîmes y a su anfiteatro, donde aún resuenan los combates de gladiadores.

La ciudad amurallada de Aigues-Mortes, desde donde partió la última cruzada de San Luis (1270), vela sobre una Camarga orgullosa de sus tradiciones taurinas. Entre las aguas del Ródano y la cordillera de los Pirineos, ocho ciudades de veraneo, creadas en los años 60 por voluntad estatal, se han forjado cada cual su propio estilo: puertos deportivos de Port-Camargue, pirámides de la Grande-Motte, tejados encabalgados de Gruissan, etc.


Animada y muy receptiva a las influencias mediterráneas, esta región es un lugar destacado para las fiestas y el turismo cultural en Francia.

No obstante, la naturaleza y la tradición siguen presentes por todas partes: lagunas litorales que centellean al sol, pequeños puertos pesqueros pintorescos y animados, las conchas de la albufera de Thau, cuya historia nos cuenta admirablemente el Museo de Bouzigues.

El interior del departamento de Hérault es una rica mina de sorpresas, como para conmover al más apático. Allí el espectáculo es permanente: los circos del "fin del mundo" (Navacelles, barranco de los Arcs), los desfiladeros del Héric, del Vis y del Hérault, una constelación de iglesias y santuarios románicos (Saint-Guilhem-le-Désert, Saint-Martin-de-Londres), las espectaculares cuevas de Demoiselles y de Clamouse, el insólito lago del Salagou con sus riberas de ocre rojizo o los verdes paisajes del parque natural del alto Languedoc.

Al oeste, el departamento de Aude, auténtico puzzle marcado por el sello cátaro1, parece contener en sí toda la diversidad de los paisajes franceses. Además de la romana Narbona y del admirable pueblo circular de Gruissan al borde del mar, la ciudad de Carcasona atrae especialmente la atención. Las vertiginosas murallas que la rodean y dominan invitan a la meditación al hilo de un itinerario bien concebido.

En este departamento de carácter principalmente agrícola, hay que saber inhalar, además de las fragancias del monte (tomillo, romero, enebro...), los embriagadores efluvios de los vinos de Corbières y escuchar la suave efervescencia del crémant-de-limoux (champán). Ultima etapa del viaje, el departamento de Pyrénées-Orientales ya huele a la cercana España y sus acentos contrastados nos recuerdan a cada momento sus raíces catalanas.

En Perpiñán, el patrimonio y la cultura le dan cita a la historia. La imponente silueta del palacio de los Reyes de Mayorca corteja las cimas del macizo de Canigou salpicadas de mil hogueras el 21 de junio, la noche de San Juan. En las tardes de verano, en las plazas animadas al son de las "coblas"2, inmortalizadas por Pablo Picasso, se hace participar al extranjero de las sardanas3 con total fraternidad.

De Argelès a Cerbère, perfumada por las anchoas de Collioure y los vinos de Banyuls, la Costa Vermeille serpentea por calas y puertos haciendo las delicias de pintores, pescadores y veleros recreativos. De los verdes valles del Vallespir y del Conflent, primeros contrafuertes de los Pirineos, brotan estaciones termales tan conocidas como Amélie, Le Boulon, Molitg, Le Vernet, La Preste... Desde las pendientes nevadas de las estaciones de esquí de Cerdagne y de Capoir, el visitante puede descender en eslalon y en tiempo récord hasta el Mediterráneo.


Las murallas de Carcasona constituyen el conjunto fortificado más completo de la Edad Media en Francia

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